Los que no creen permanecen estancados. Para ellos, todas las expresiones de la vida se reducen a sensaciones finitas, destinadas a la oscura vorágine de la muerte. Los que no creen limitan sus horizontes, quedándose dormidos, sin reflexión ni discernimiento. Aquellos que no creen en la grandeza de su propio destino se condenan a sí mismos a las esferas más bajas. Los que elevan el corazón a la vida de lo alto, poseen una lámpara amiga cuya claridad es mantenida por el infinito sol de la fe. El viento de la negación y de la duda nunca consiguen apagarla.