El Arte como Semilla de una Nueva Sociedad.
Hay un proposito oculto para el artista en la creación de una obra de arte. Esta idea, inspirada en el capítulo XV de La Técnica Funcional de la Ley de Dios de Pietro Ubaldi, ha sido el punto de partida para una reflexión personal en la que he establecido un paralelismo entre la búsqueda espiritual que plantea Ubaldi en su texto y el propósito superior en el acto de la creación artística. Desde mi experiencia, he llegado a la conclusión de que el arte no es solo una expresión individual, sino también un acto de conexión con lo espiritual, con lo divino. Permítanme explicarlo.
En los inicios de la formación en una carrera artística, la motivación principal por lo general suele estar guiada por el deseo de reconocimiento. Un joven estudiante, por ejemplo, busca la validación de sus pares y maestros, esperando que su esfuerzo creativo sea comprendido y apreciado. En esta etapa, la necesidad por el desenvolvimiento técnico suele dominar su búsqueda. Las obras, entonces, suelen centrarse en la obtención de logros tangibles o en la exaltación de cualidades personales. Aunque este periodo es necesario para el crecimiento, su impacto en el entorno en el que el estudiante se desenvuelve, tiende a ser limitado.
A medida que el artista madura y enfrenta retos mayores, como llegar a públicos más especializados, ser parte de las dinámicas culturales o posicionarse en el mercado, tanto local como global, comienza una etapa de cuestionamientos. Este proceso lo lleva a preguntarse cómo su obra puede integrarse a un propósito más amplio. Ya no se trata solo de perfección técnica o validación externa; ahora el artista busca un significado más profundo en su práctica. Es aquí donde la creación comienza a transformarse en un diálogo entre el artista y la sociedad en la que se desenvuelve.
Ejemplos recientes para nuestra historia, como Cruz Diez, Soto y Reverón nos muestran cómo los artistas, al explorar su visión única del mundo, nos invitan a reinterpretar nuestra percepción de la época en la que vivimos. Ellos no solo dejaron una huella en nuestra cultura, sino que también hicieron aportes al mercado del arte y al ámbito educativo. A través de sus innovaciones técnicas y conceptuales, expandieron los límites de lo que se consideraba comercialmente viable. Más allá de sus obras, influyeron en la manera de enseñar arte, llevando a las instituciones a diseñar programas educativos que no solo cultivan habilidades, sino que también fomentan una visión crítica y personal del arte.
Este impacto en la educación y el mercado resalta cómo la búsqueda artística trasciende lo material para tocar las profundidades de la experiencia humana. Es aquí donde se revela el "proposito oculto"que mencioné al inicio. A medida que el artista avanza en su proceso, descubre una conexión con algo más allá de lo tangible: se encuentra con una voz interna, una intuición que lo guía hacia una exploración más profunda de sus ideas y su capacidad de expresión. Esta conexión lo lleva a intuir que el arte puede ser un medio para expresar verdades esenciales y atemporales.
Cuando el artista alcanza esta etapa de madurez, (y desde aquí me atrevo a hacer una suposición sobre el asunto en base a la lectura anteriormente mencionada) su proceso creativo se alinea con un propósito superior. El acto de crear se transforma en una práctica donde el artista en lugar de imponer su visión fluye con la corriente de una dinámica invisible que lo guía hacia la creación de piezas que invitan a una introspección mayor.
En este nivel de madurez creativa, el arte deja de ser una búsqueda de validación externa para convertirse en un puente entre lo personal y lo espiritual. El artista se transforma en una herramienta o un medio por el cual se expresa la divinidad y sus obras se convierten en faros que iluminan caminos hacia una sociedad en progreso, en este sentido el artista a través de su sensibilidad genera obras que invitan a mirar hacia adentro y reflexionar sobre los valores esenciales de la humanidad. El arte, entonces, no es solo talento, belleza o ingenio, sino un acto transformador que nutre tanto al creador como a su entorno.
El fin último de la creación artística se revela entonces como una co-creación consciente con la divinidad, a través de la conquista de valores morales que permiten al artista ascender a planos más elevados de intuición con respecto a su obra y su labor en la sociedad en la que se desenvuelve, esto, al menos desde mi perspectiva representa la expresión última de la integración entre lo individual, lo espiritual y la Ley Universal, donde la belleza no solo se contempla, sino que también nos transforma profundamente permitiéndonos sembrar las semillas de una nueva sociedad.
Por Carlos Martínez León